Después de que apareciera un video en el vestuario luego de la victoria de Argentina sobre México, Canelo dijo que Messi “debería pedirle a Dios que no lo encuentre”

 

Recuerdo la primera vez que vi el océano. La vasta extensión de azul se extiende infinitamente ante mí, el sonido rítmico de las olas rompiendo contra la orilla. Fue a la vez aterrador y estimulante. Me sentí tan pequeño en comparación con la inmensidad del mar, pero al mismo tiempo sentí una sensación de libertad y posibilidad.

Me quedé allí durante lo que parecieron horas, simplemente mirando las olas entrar y salir, sintiendo la niebla fría en mi cara. Fue un momento de pura paz y claridad. Podía sentir que todas mis preocupaciones y miedos se desvanecían, reemplazados por una sensación de calma y asombro.

Mientras caminaba por la orilla, no pude evitar maravillarme ante la belleza del océano. La forma en que la luz del sol bailaba sobre el agua, creando un deslumbrante despliegue de colores. La forma en que las gaviotas sobrevolaban, sus gritos se mezclaban con el sonido de las olas. Fue como entrar en un mundo diferente, lleno de magia y misterio.

Me sentí atraído por el agua, incapaz de resistir su atracción. Me quité los zapatos y me metí en las olas, sintiendo el agua fría arremolinándose alrededor de mis tobillos. Fue vigorizante, como una descarga eléctrica corriendo por mis venas.

Cerré los ojos y me dejé llevar por el ritmo de las olas. Me sentí ingrávido, libre de las limitaciones de la vida cotidiana. En ese momento, yo era sólo una pequeña partícula en el gran esquema de las cosas, pero me sentía más viva que nunca.

Cuando el sol empezó a ponerse, arrojando un cálido resplandor sobre el agua, supe que nunca olvidaría este momento. El océano había capturado una parte de mi corazón y sabía que siempre regresaría a sus costas, buscando consuelo e inspiración en su belleza ilimitada.